Gregorio Fernández fue uno de los mejores escultores barrocos del siglo de oro español. El siglo XVII, si bien fue un momento de crisis económica y política, fue un momento muy importante tanto en literatura como en las artes figurativas españolas. La escultura que se desarrollaba en este momento en España era de madera policromada, por lo que la figura del pintor imaginero adquiría gran importancia. También era importante el debate que tenía lugar en ese momento sobre la preeminencia de la pintura o de la escultura en la representación de la realidad. La Contrarreforma había dictado sus bases y normas tras el Concilio de Trento, y uno de los objetivos que se buscaba con la representación escultórica era enseñar y emocionar.
Hubo dos centros importantes: la escuela andaluza, con representantes tanto en Granada como en Sevilla, y la escuela castellana, especialmente en Valladolid y que incluye otro centro importante en Madrid.
Si Juan Martínez Montañés es la figura clave de la escuela andaluza, Gregorio Fernández lo es de la castellana. Tuvo su taller en Valladolid bajo la influencia de su maestro, Francisco del Rincón, y de Juan de Juni, con quién realizó alguna colaboración.
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Cristo atado a la columna |