Velázquez y Rubens en la corte

Hoy, a través de dos obras de Velázquez y Rubens que están en el Prado, voy a contaros un poco la historia de estos pintores centrándome en algo que tenían en común: no sólo ejercieron de de pintores, sino que fueron figuras claves en la política y diplomacia del momento.



El duque de Lerma
Se trata de un retrato cortesano del valido de Felipe III, el duque de Lerma. Rubens había llegado a España el mismo año de la realización de este cuadro, enviado por el duque de Mantua, Vicenzo Gonzaga.
Con este lienzo se rompe la tradición del retrato ecuestre, ya que el duque y el caballo aparecen casi de frente, en un escorzo poco habitual hasta entonces. Además, la línea del horizonte es muy baja por lo que las figuras están encuadradas por el cielo encapotado y por las ramas y hojas de una palma, formando una especie de arco de triunfo. Al fondo, se puede ver una batalla, que se supone está comandada por el duque. Esta composición, junto con la representación de la fineza de los ropajes del duque y la majestuosidad y belleza del caballo, ofrecen un retrato grandioso y propagandístico del valido del rey.
Gracias a esta obra Rubens consiguió que el duque le ofreciera nombrarlo pintor de corte, aunque lo rechazó. Anteriormente, cuando Rubens había ido a Venecia (en el año 1600), conoció al duque de Mantua, Vicenzo Gonzaga, y a su familia, con los que estuvo vinculado durante casi nueve años. No ejerció solamente labores artísticas sino que también trabajó para ellos como agente diplomático. De hecho, en 1603 el duque de Mantua le encomendó que viajara a España para entregarle varios regalos a Felipe III y a su valido, el duque de Lerma, y poder conseguir, de esta forma, que le designaran almirante de la flota española. A pesar de que no pudo conseguir este favor para el duque de Mantua, a nivel personal le sirvió para realizar varios encargos en la corte. El más importante, el ya comentado de “El duque de Lerma”.  Este retrato le reporta fama y reputación en la corte.
A pesar de la fama que Rubens adquirió en España, decidió volver a Italia, pero no fue éste el único contacto con la corte española. Años más tarde, cuando ya había instalado un exitoso taller en los Países Bajos, realizó varios encargos diplomáticos para la archiduquesa Isabel Clara Eugenia, gobernadora de los Países Bajos tras la muerte de su marido, el archiduque Alberto. Rubens intentó mediar para conseguir la guerra entre España e Inglaterra, para lo que acudió de nuevo, en 1628 a España para convencer a Felipe IV. Durante los siete meses que estuvo en España se dedicó también a la pintura. Él sabía que el rey tenía afición por este arte, y por esa razón, se trajo ocho de sus obras y realizó varias más, como los retratos ecuestres de Felipe II y Felipe IV. Además, conoce a Velázquez y le recomienda que viaje a Italia para formarse. Con esta visita a la corte madrileña consiguió ver las obras de su admirado Tiziano lo que le influyó en su pintura, ahora con mayor importancia de la luz y el color. Felipe IV lo nombró caballero, le asignó una retribución y lo nombró secretario del Consejo de Flandes para que pudiera colaborar en las negociaciones con Inglaterra. Juntos viajan a este país y consiguen firmar la paz en 1630, además del título de sir y otros honores para Rubens.

Carlos de Austria, infante de España
Este retrato del infante Don Carlos se parece bastante a otro retrato de cuerpo entero que Velázquez realizó de su hermano, el  monarca Felipe IV. Parece ser que además del parecido físico, el infante intentaba imitar en su aspecto a su hermano.
Esta obra se considera uno de los mejores retratos de Velázquez. El retratado en un fondo neutro, con gradaciones de luz y su sombra proyectada en el suelo. La iluminación es tenebrista, recordemos la influencia de Caravaggio, y resalta las manos y el rostro. Con su mano derecha sujeta delicadamente el guante. Se puede apreciar que la pincelada está bastante suelta, sobre todo en la cadena, que se obtiene por pequeñas manchas de pintura empastada. El efecto del brocado se ha conseguido arrastrando el pincel muy cargado sobre la capa de negro subyacente.
Sobre la importancia que tuvo en la corte Velázquez, formado en Sevilla, parece que en su visita a Madrid en 1622 intentó, sin éxito, entrar en la Corte. Realizó un retrato a Luis de Góngora que fue un éxito pero no consiguió audiencia para hacerle uno al rey a pesar de las recomendaciones de Pacheco, su suegro y dueño del famoso taller sevillano de la época.
Sin embargo, un poco más tarde muere Rodrigo de Villandrando, uno de los cinco pintores del rey, y el Conde Duque de Olivares hizo llamar a Velázquez para cubrir esa vacante. Recibió el encargo de pintar un retrato del monarca y tras su exitosa realización se confirma su puesto como pintor de corte. En 1623 se le nombra pintor del rey y se le asigna un salario fijo y además pagas en función de las pinturas que realizara. Hasta 1629 estuvo en ese puesto donde realiza varios retratos del rey y de la Corte, entre ellos el que he comentado del infante Don Carlos. Desgraciadamente, algunas de las obras de esta época no se conservan. El rápido ascenso de Velázquez no gustó a los otros pintores de la corte (como Carducho y Cajés) que le acusaban de ser “sólo un pintor de cabezas”. En 1628, como ya he comentado antes, llega Rubens a Madrid y pasan bastante tiempo juntos. Aconsejado por él decide irse a Italia, y en 1629 obtiene el permiso.
En 1631 vuelve a España y se reincorpora a la corte abandonando su tenebrismo y su pintura se vuelve más luminosa. Durante todos estos años, hasta 1649, vive una etapa muy fructífera en la que goza de la confianza del rey. Como pintor de cámara se dedica sobre todo a retratos pero también realiza pintura histórica, religiosa y mitológica. Comienzan los trabajos de decoración del Palacio del Buen Retiro en la que participan varios pintores. Consigue ascender al cargo de ayuda de guardarropa del rey y en 1648 recibe el encargo de viajar a Italia para obtener obras de escultura y pintura para instalar en las nuevas salas del Alcázar real. Además, él aspiraba a conseguir el título de caballero de alguna orden militar de élite, que era algo que anhelaba desde hacía tiempo. En este momento, realiza retratos importantes, como el del Papa Inocencio X.
Vuelve a Madrid en 1651 con las compras realizadas, y Felipe IV le nombra aposentador, cargo que implicaba la organización de la vida de palacio y las ceremonias, apariciones públicas del monarca y los viajes reales. A pesar de estar más ocupado en sus tareas administrativas y en intentar obtener el título de nobleza, realiza la gran obra maestra, “Las Meninas”. Por fin, en 1659 consiguió ser nombrado caballero de la Orden de Santiago, para lo que fue necesario una bula papal por su sangre no nobiliaria y el testimonio a favor de amigos como Zurbarán y Alonso Cano. El último trabajo que le encargaron, en 1660, fue la entrega de la infanta María Teresa a Luis XIV en la isla de los Faisanes, oficialización de la Paz de los Pirineos. Velázquez regresó a Madrid muy cansado y enfermo y murió dos meses después. 

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